Parece absurdo que en medio de una nueva oleada de emigración, cada vez más precaria; además de todos los horrores que agravan la crisis humanitaria o diría existencial del país; se siga proclamando la esperanza en Venezuela. 

Absurdo también parece que mientras la hegemonía despótica y depredadora continúa haciendo lo que le da la gana; sin que haya un contrapeso en la oposición política, sino todo lo contrario en variados ámbitos; se siga proclamando la esperanza en Venezuela.

No menos absurdo parece que al tiempo que se refuerza el enchufe y la aceptación interesada, como medio para el aprovechamiento patrimonial y político del continuismo despótico; se siga proclamando la esperanza en Venezuela. 

Absurdo tiene que parecer que en una nación sojuzgada, despreciados los derechos humanos de su pueblo, y controlada por feudos imbricados con el mundo de lo ilícito; se siga proclamando la esperanza en Venezuela.

Y lo que parece más absurdo, es que cayendo el conjunto del país por un despeñadero, que aumenta el sufrimiento social, familiar y personal de la abrumadora mayoría de los venezolanos; se siga proclamando la esperanza en Venezuela. 

Pues yo sigo proclamando esa esperanza, contra viento y marea, y a pesar del pesimismo que suscita cualquier vistazo a la dramática realidad de nuestra patria.

Los aspectos afirmativos de la historia nacional, y en especial del período democrático de la República Civil, son un fundamento de esa esperanza. 

El inmenso potencial de Venezuela, en recursos de diversa índole, y sobre todo en capital humano, aún estando en el exterior, es otro fundamento de la esperanza. 

Los activos del pueblo venezolano en cuanto a la solidaridad, el carácter abierto, y la capacidad de soportar las dificultades más dolorosas; superan sus pasivos que, siendo muchos y complejos, no tienen por qué ser inmutables, y menos en un contexto distinto que promueva los valores del trabajo y la constancia. He aquí un fundamento de la esperanza.

La esperanza, siempre, tiene un fundamento espiritual, no sólo para los creyentes sino para toda persona de buena fe. La esperanza nos ánima a esperar bienes futuros. Pero hay que poner todos los medios legítimos para ello. 

No creo que eso se esté haciendo. Y debe hacerse con la convicción de que la esperanza en el cambio efectivo, y la fuerza que se deriva, no es un absurdo sino una necesidad vital.

Opinión: Fernando Luis Egaña

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